miércoles, 21 de octubre de 2009

danza

Es un círculo de alambre para que metas el pie y pises otro mundo, pises la palma de mi mano/ cuando se va de mi brazo volando porque mi mano es un pájaro que se puso las alas de tus ojos contaminantes, para que pises mi voz, andes por las escaleras de la melodía como una niña que juega a correr
Poné tus orejas en la pared para escuchar el torbellino, apoyá tus oídos en el barco de costillas empujado en el océano por la ínfima luz de una vela. Me visto con una camisa de trabajo y construyo un pueblo de juguete, una diminuta ciudad toda hecho de dejarte ir, caminando debajo de una luz, para hablar con mi ser hecho de lo que no pudo ser con palabras de migas de pan, artista de breves murales de humo en el aire. Juego a ser el que se queda, metido dentro de mi ropa como un regalo sin abrir, como un bromista cambio los nombres de la tarjetita que cuelga de mi junto a una cinta desflecada que va perdiendo su brillo. Te perdes por tu movimiento, tendida como un río blanco sobre una tela negra, a donde me arrojé en un sueño para convertirme en un absurdo puente sobre un hueco seco, como esos arroyos sin agua que desembocan en un océano desierto. Polvo de oro de las polillas que comieron ese hilo que nos uniría y tu brazo levantándose, utilería del color que le faltará para siempre al paisajista de mi cerebro. Agarrado de los oídos aferrado a la música que te borra los hombros y el cuello y más te esfuma de a poco, me sueltas y caigo de espaldas en la luna que gira hacia la sombra, tan despacio te vas, tan despacio, yo intento correr pero no encuentro donde apoyar los pies, ya no me quedan pasos, ni una voz que pueda ser tan lejana. Y solo con la mirada, un gran reflector disparado por todos los rincones de un teatro abandonado, buscándote en callejones donde toda la penumbra es que no estés allí, ya nadie pisa mis brazos y estoy solo.

En las teclas del piano
Están las huellas digitales de mi asesino