jueves, 13 de agosto de 2009

Escribir puedo escribir lo que quiera, esa es la única regla que tengo para dejarme imponer.
También se llama diálogo con fantasmas.
También se llama señales de espejitos desde una cueva solitaria.
También se llama inundar el recinto de palabras.
También se llama relato, narración, síntesis, catarsis, mentira, ocurrencia, inspiración.
También se llama conversación con nada en una casa de nadie más.
También se llama registro nocturno, triste parte de guerra.
También se llama grito estampado.
También se llama rasguño de bestia sobre blanco.
También se llama canción que no se canta.
También se llama habla mal dibujada
También se llama el baile de los jeroglíficos, disparo de discurso
También se llama irrepetible, silencio que dice, mancha negra
También se llama caleidoscopio de símbolos, error voluntario de la memoria
También se llama impregnarse un poco en frases, huir de la vida hacia adentro de la vida
También se llama nada más escribir, susurro de las manos
El vagón frío, se viaja quieto, de soledad a soledad parando en todas las soledades, vuelto tan tempranamente indescifrable, es la boca la que está ciega y son los ojos los que cantan, con un perfume oscuro en cada palabra, como rimas antiguas, trapitos descoloridos, citas con los adioses, caducos trampolines sin abismo. Hombre caracol, enrollado en sí mismo como una galaxia pequeñita, a resguardo del reloj con una espada, espiando por una hendija hacia atrás lo posible perdido, la sombra que alza su mano como una novia macabra, como un dios de fuego galopando el esqueleto de un caballo, con sal en la lengua, el corazón convertido en alimento balanceado para pájaros. Voy a desdoblar entonces la plegaria, voy a encontrar la diferencia en la mitad de manzana de una palabra, con orejas de humo voy a escuchar el secreto de la ceniza, hasta caer o recaer, encerrado en el viento con mi rostro perdido con mi ropa desdibujada.
Puedo inventar la contraseña, la corte de los milagros muestra su mirilla en el final de la calle sombría.
Es el laberinto que nace del llanto de un bebé/ es el viejo almacén de los sentidos/ es el diablo que dicta dentro de las almohadas/ es el escudo que protege a las balas de la insoportable tibieza de nuestra sangre/ es la apariencia de espejo que tiene la nada en el agua/ es el tiempo/ es la derrota que brilla en el colmillo del lobo como una estrella caída/ es el misterio enfurecido intentando sacudirse las cadenas de nuestra tonta definición del mundo/ es la alarma en la casa del ladrón/ es la delgada piel de los sueños/ es la ínfima ajadura en la fotografía, es un animal desesperado que esquiva ruinas a los saltos, es el roce apenas de un borde de vestido que arde y lastima en las entrañas
Como un violento zarpazo.

La agonía canta.
Es solamente una apariencia.
Una isla inaccesible.
Las palabras no tienen sentimientos, ni pies ni encabezado.
Me ves a través de una diapositiva, es una voz que se esfuma.
Como niebla esparciéndose.
Una boca quieta en la oscuridad.
Sin pelos en las lágrimas
Las teclas del piano se rompen como dientes que mastican llaves.
Manos como hojas caídas que se deshacen
Mirando la ventana con un microscopio, para hacer el afuera aún más distante
La calle sola es un asesinato
El reloj es un juez repiqueteando los dedos sobre la madera del estrado
Cuando queda atrás un puente
Una ciudad en la que cruje una bisagra
El adiós es una bienvenida
Con árboles grabados en los ojos

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